domingo, 28 de mayo de 2023

Antonio Gala


 

¿Cuál será el gesto último?
¿Arrugará el paciente
embozo? ¿Llamará inútilmente al pecho
deshabitado ya?
¿Dirá su mano adiós
a lo que sin él queda
como antes? ¿Y los ojos?:
¿vueltos a cuanto se hunde
por dentro quedarán , o entreabiertos,
buscando quien los cierre
pronto, cansados?
En el lecho, los restos
de una débil batalla.
Y el silencio. La búsqueda
resignada termina en un suspiro.

Los hijos de los reyes
quieren coger el fruto
del árbol que plantaron:
muy breve es su ancho aliento.
¿Adónde las legiones que inundan
esta ribera irán?
¿Y por qué la inundaron?
¿Por qué mueren los otros?

Hacia el lecho de grava
donde empezó la vida,
como algún pez, regresa
el corazón. Remiso
a la aventura, lucha
consigo río arriba, incitado
por la remota sal.

No sabe. Cede luego
a su fascinación. La bebe.
De plenitud se inviste. Vive. ¡Vive!
No lo sabe. De pronto,
debe volver. Subir
-de resalte en resalte, de onda en onda,
de peligro en peligro-
al dulce manantial. Y no lo sabe.
Hacia las piedras blancas
un ritmo heroico se
le impone, como a un pez,
al corazón para entregarse. Y no lo sabe.
Se entrega y no lo sabe.
Ya está quí...¿Qué palabras
hay para esta alegría?
La vela al viento, el mar,
el amor impasible...

A la luz ascendió su último gesto,
al evohé su última voz...Ya es.
Ya ha llegado a la muerte.

(Antonio Gala. Meditación en Queronea)

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