“A aquellos caminos van ligados recuerdos de unos despertares lúcidos(…) La norma por la que él se regía era la siguiente: tratar a todos los seres humanos que se nos acercasen como hallazgos raros descubiertos en una caminata (…) a todos es preciso contarlos entre la nobleza genuina de este mundo y que cada uno de ellos puede obsequiarnos con las dádivas más excelsas. Tomaba a los seres humanos como si fueran vasijas de lo maravilloso y a todos les reconocía derechos de príncipes (…) y realmente yo veía como todas las personas que se acercaban a él se abrían cual plantas que despertasen de un sueño invernal; y no es que se hicieran mejores, sino que se hacían más ellas mismas.”
(Ernst Jünger, Sobre los acantilados de mármol)
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