lunes, 19 de abril de 2021

Hermann Hesse


 

“La sabiduría (…) le permitía sentir la unidad y respirarla (…) pero la herida seguía doliéndole (…) El río se estaba riendo. Sí, así era: todo lo que no se terminaba de sufrir o no se resolvía hasta el final, se repetía; siempre se volvían a repetir las mismas penas. (…) se esforzó por escuchar mejor (…) voces de alegría y pesadumbre (…) y todo ese conjunto, todas las voces, todas las metas, todos los deseos, todos los sufrimientos, todos los placeres, todo el bien y todo el mal, todo eso junto era el mundo. Todo eso junto formaba el río del devenir, la música de la vida. (…) entonces la gran canción de mil voces se reducía a una palabra, a una sola, y esa palabra era: Om, la Perfección. (…) Su herida floreció, su dolor empezó a irradiar, su Yo se había fundido en la Unidad.”

(Siddhartha. Hermann Hesse)


"Vio todos estos rostros y figuras anudados en mil relaciones recíprocas, ayudándose unos a otros, amándose, odiándose, destruyéndose, volviendo a procrearse; cada cual empeñado en querer morir, cada cual dando un testimonio apasionado y doloroso de su caducidad; pero ninguno moría, todos se transformaban solamente, renacían sin cesar e iban adquiriendo siempre un rostro nuevo, sin que entre los sucesivos rostros viniera a interponerse un resquicio de tiempo; y todos estos rostros y figuras yacían, fluían, se multiplicaban, flotaban aisladamente y volvían a confluir; y sobre todos ellos se cernía algo muy sutil, impalpable y, sin embargo, existente, algo así como una tenue capa de cristal o de hielo, como una piel transparente, una corteza, un molde o una máscara de agua; y esta máscara le sonreía y era el rostro sonriente de Siddhartha (...) esta sonrisa de la unidad sobre el fluir de las formas, esta sonrisa de la simultaneidad sobre los millares de nacimientos y de muertes"
(Siddhatha. Hermann Hesse)


Separamos al amor del objeto, el amor en sí es suficiente para nosotros, del mismo modo que no buscamos el destino en el peregrinaje, sino únicamente disfrutarlo, estar de camino. (…) lo repartimos, jugando, entre pueblo y montaña, lago y garganta, los niños del camino, los mendigos del puente, el buey de la pradera, el pájaro, la mariposa.”

(Hesse. El caminante)


Oyó el susurro de las finas hojas del árbol y oyó la vida sutil y silenciosa que recorría el árbol de abajo arriba en corrientes doradas. La montaña le contemplaba, y Dios se apoyaba en ella con su manto marrón y cantaba. Su canción se oía a través de la extensión transparente del lago. Era una canción sencilla, que se mezclaba y sonaba al unísono con las tenues corrientes de energía del árbol, y con las tenues corrientes de la sangre del corazón, y con las corrientes tenues y doradas que fluían del sueño y recorrían su cuerpo. Entonces también él empezó a cantar, lenta y suavemente. Su canción carecía de arte, era como el aire y el vaivén de las olas, era sólo un murmullo y un zumbido de abejas. La canción contestaba al Dios que cantaba en la lejanía, a la corriente que cantaba en el árbol, a la canción que fluía en su sangre.(...) cantó durante mucho rato, como suena una campánula al viento de primavera y como una langosta hace música entre la hierba. Cantó durante una hora, o durante un año. Cantó de modo infantil y divino, cantó a la mariposa y a su madre, cantó al tulipán y al lago, cantó a su sangre y a la sangre del árbol.” 

(Hesse. El caminante)


Escalones - Hermann Hesse

Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo surge toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, en cada llamado,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animado y sin pudores,
a nuevos y distintos desafíos.
En el fondo de cada comienzo hay un hechizo
que nos protege y nos ayuda a vivir.
Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno, cual si fuera una patria;
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre.
Aun la hora de la muerte acaso nos coloque
frente a nuevos espacios que debamos andar:
las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros...
¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado!


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