“A sus ojos, nadie era ignorante. Nunca hizo caso de mi personalidad. (…)
de repente me miró y me preguntó: ¿Te conoces a ti mismo? (…)
no tenía yo consciencia de un mí y un él mientras estábamos juntos (…)
Subrayaba también que uno jamás debe intentar apartar de sí el condicionamiento, sino que simplemente debe verlo con claridad (…)
Ni buscar la libertad, ni eludir el hecho de la falta de libertad. (…)
No hubo en nuestro encuentro ninguna emotividad, sólo la dicha de estar juntos, y una risa tácita por el hecho de que el buscador sea lo buscado y esté siempre tan increíblemente cerca.”
(Jean Klein)
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