“Nadie quiere hacerse mayor. La madurez no es un objetivo. No se percibe como un regalo. Algo ha pasado culturalmente: se supone que nadie debe envejecer a partir de los 45 (ya sea en tu talla, en la cosmética o en la actitud). Todo el mundo se viste como un adolescente. Todo el mundo se tiñe el pelo. Todos parecen obsesionados con un rostro sin arrugas (...)
Quiero ser un modelo a seguir no sólo para hombres y mujeres más jóvenes, y no solo de mi profesión. No hablo de mi trabajo. Creo que los arreglos cosméticos de mi profesión son solo un riesgo laboral. Lo digo en un sentido más cultural. Estoy muy interesada en empezar una conversación sobre envejecer con dignidad. Creo que el edadismo es una enfermedad cultural, no personal (…) Una de las razones por las que vuelvo a ofrecer entrevistas tras 10 años de ausencia es porque creo que siento la necesidad de representar públicamente lo que he decidido mostrar en privado: una mujer orgullosa y más poderosa que cuando era joven. Y creo que ese orgullo se puede admirar en mi rostro y en mi cuerpo”
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