“El amor me dio la bienvenida: pero mi alma se echó atrás, culpable de polvo y pecado.
Pero el rápido ojo del amor, observando que yo aflojaba, desde mi primera entrada, se acercó a mí, preguntándome dulcemente si me faltaba algo.
-Un invitado- respondí- que merezca estar aquí.
El amor dijo:
-Tú serás él.
-Yo, ¿el duro, el ingrato? Ah, querido mío, yo no puedo mirarte.
El amor tomó mi mano, y sonriendo, respondió:
-¿Quién hizo los ojos sino yo?
-Verdad, señor; pero yo los he echado a perder; deja que mi vergüenza vaya donde merece.
-Y no sabes- dijo el Amor-, ¿quién cargó con la culpa?
-Querido mío, entonces serviré.
-Debes sentarte -dice el Amor- y saborear mi carne.
De modo que me senté y comí.”
(Amor. George Herbert)
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