"El teniente coronel Vladímir Vladímirovich (...) no ha usurpado el título. Dicen que habla el lenguaje estereotipado de los políticos: no es cierto. Hace lo que dice, dice lo que hace, cuando miente lo hace con tanto descaro que no engaña a nadie. (...) Padre suboficial, madre ama de casa, un montón de gente hacinada en una habitación de ‘kommunalka’. Niño enclenque y arisco, Putin creció en un entorno de culto a la patria, a la Gran Guerra Patriótica, al KGB y al miedo que inspira a los cojones blandos de Occidente. De adolescente, fue, según sus propias palabras, un pequeño maleante. Lo que le impidió convertirse en un golfo fue el judo (...) Ingresó en los órganos (el KGB) por romanticismo, porque en ellos había hombres de élite que defendían a su patria, y se sentía orgulloso de que le hubieran aceptado. Desconfió de la ‘perestroika’, aborreció que unos masoquistas o agentes de la CIA se rasgaran las vestiduras por el gulag y los crímenes de Stalin, y no solo vivió el fin del imperio como la catástrofe más grande del siglo XX, sino que todavía hoy lo afirma sin rodeos.
En el caos de los primeros años noventa estaba en el bando de los perdedores, los engañados, y se vio obligado a conducir un taxi. Llegado al poder, le gusta que le fotografíen con el torso desnudo, musculoso, en pantalón de faena, con un puñal de comando en el cinto."
(Carrère)
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