“Las bellas artes siempre han sido fruto de los esfuerzos espirituales más elevados en el ámbito secular. (…) El arte sublime no solo manifiesta la esencia ordenada de la experiencia humana, sino también del mundo en el que vivimos, y a esto se lo llama belleza. Como el físico teórico, el artista encuentra orden en el caos aparente. (…) El legado que las artes han dejado en la humanidad también es interno: al contemplar la belleza, se instaura en nosotros una sensibilidad hacia lo bello que nos permite descubrir y crear nuestras propias recompensas estéticas en medio del embrollo en apariencia desordenado de la existencia. El arte y el amor son los mayores regalos que el ser humano se hace a sí mismo, y no puede haber arte sin amor. (…) Los grandes artistas se sienten agradecidos por su poder, cualquiera que sea su expresión. Porque saben que es un don que beneficia a toda la humanidad (…) las personas de conciencia avanzada son capaces de ver la belleza en todas las formas. Para ellas, toda vida es sagrada y toda forma es bella.”
(David R. Hawkins. El poder en las artes)
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