"—¡Todo eso es un disparate! —le grité, y de pronto sentí lo que siempre siento cuando trato de explicar el Dharma a la gente, a Alvah, a mi madre, a mis parientes, a mis novias, a todo el mundo: nunca escuchan, siempre quieren que yo les escuche a ellos, porque ellos saben y yo no sé nada, sólo soy un inútil y un idiota que no entiende el auténtico significado y la gran importancia de este mundo tan real. (...)
—¿Sabes lo que pasó, Smith? Fui a la conferencia budista y todos estaban bebiendo sake en tazas de té y todos se emborracharon. ¡Tenías razón! ¡Es todo lo mismo! ¡Todos borrachos y discutiendo del prajna! —Y después de eso, Japhy y yo nunca volvimos a reñir.
(...)
En esto tuve una poderosa sensación: sentí una gran piedad por todos los seres humanos, fueran quienes fueran. Vi sus caras, sus bocas afligidas, sus personalidades, sus intentos por estar alegres, su petulancia, su sensación de pérdida, sus agudezas vacías y torpes en seguida olvidadas. Y todo, ¿para qué? Comprendí que el ruido del silencio estaba en todas partes, y que, sin embargo, todo y en todas partes era silencio. ¿Qué pasaría si de repente nos despertáramos y comprendiéramos que lo que pensábamos que era esto y aquello no fuera ni esto ni aquello para nada?"
(Los vagabundos del dharma. Jack Kerouac)
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